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Cultivando Judías

Publicado el 03/07/2014 por info@agrobeta.com

judias

Es una planta herbácea y anual, que, en condiciones climáticas favorables, tiene un crecimiento rápido y da cosecha en 3 o 4 meses. Pertenece a la familia de las leguminosas, que se cultiva para el aprovechamiento de sus vainas verdes, o de sus semillas, bien en consumo en fresco o para conserva.

Las judías según su porte pueden ser de porte bajo erecto y de porte alto con tallos trepadores.

Las flores forman racimos de 4 a 8 unidades, sobre pedúnculos que nacen en las axilas de las hojas o en el ápice de algunos tallos.

Los frutos son legumbres (vainas)en cuyo interior se encuentran de 4 a 6 semillas. Pueden ser de forma cilíndrica o aplanada y recta o más menos curva. Los colores van del verde al amarillo, en torno a intensidades diversos, con jaspeados en marrón o en rojo sobre fondo verde.

Las semillas pueden conservar su poder germinativo hasta 3 años, si se guardan en lugar seco y fresco.

El desarrollo vegetativo es máximo entre los 18 y los 30ºC. Con temperaturas inferiores se retrasa la vegetación y a los 8ºC se detiene el crecimiento. Las altas temperaturas y la escasez de agua deshidratan la planta y producen desequilibrios vegetativos. La fecundación y la fructificación precisa temperaturas entre 15 y 25ºC. Temperaturas inferiores o más altas producen aborto de las flores y deformaciones de los frutos.

Una humedad ambiental alta y uniforme (60 a 75%) mejora el rendimiento y la calidad de la judía. Por el contrario, un exceso de agua en el suelo deprime el crecimiento de la planta y produce una vegetación de color pajizo.

Los terrenos sueltos, arenosos, silicio-limosos, ricos en potasa, con un pH entre 6 y 7, son los más apropiados para el cultivo de la judía. No obstante, se adapta bien a otros tipos de suelos, siendo los menos indicados los arcillosos, calizos y salinos. La cal produce una vegetación clorótica y un porte achaparrado en la planta, así como un embastecimiento de los frutos. El cultivo enarenado puede corregir en parte estos defectos. La judía es uno de los cultivos hortícolas más sensibles a las sales en los suelos y aguas de riego, un exceso disminuye el rendimiento de la cosecha.

La judía es sensible al exceso de boro, especialmente en suelos sueltos; así como a la escasez de cobre, manganeso, magnesio y cinc, sobre todo en suelos calizos.

La judía necesita bastante materia orgánica que se debe aportar en forma de estiércol bien fermentado, ya que el estiércol fresco la perjudica. La dosis puede variar entre 20 y 30 t/ha. En los enarenados, con el retranqueo, el primer estiércol, si es abundante y sobre todo, si no está bastante fermentado, puede perjudicar la germinación de las semillas y comprometer el resultado del cultivo.

La judía es muy exigente en nitrógeno(N) y (K) y menos en fósforo (P). El primero favorece el rápido desarrollo vegetativo de la planta y el potasio mejora la calidad del fruto. El nitrógeno en forma asimilable debe estar disponible en el suelo en los primeros estados de crecimiento y en periodos fríos, en los que la nitrificación es nula o poco activa.

El cultivo de la judía es exigente en agua, por lo que en la mayoría de nuestros climas sólo con el riego se pueden conseguir cosechas económicamente rentables. Las necesidades de agua son muy elevadas poco antes de la floración y después de esta, o lo que es lo mismo, aproximadamente a partir de la cuarta semana. En los primeros estadios de desarrollo conviene mantener el suelo con poca humedad.

El exceso de humedad puede provocar clorosis y pérdida de cosecha, sobre todo en suelos pesados. Un aporte desequilibrado de agua puede ser igualmente dañino, repercutiendo negativamente sobre la calidad de los frutos. Un riego consecutivo a la siembra puede crear costra en el suelo y dificultar el nacimiento de las plantas, por lo que el primer riego solo deberá darse después de nacidas las plantas.

Se siembra directamente a golpes de 2/4 semillas, a una profundidad aproximada de 3 cm. El terreno debe estar en buen tempero para recibir la semilla, para lo que se dará un riego previo.

El empapado, después de la siembra, puede mejorar el nacimiento y el posterior desarrollo de las plantas.

Inmediatamente después de nacidas las plantas conviene dar una labor de bina con la que se rompe la capa superficial, más o menos endurecida y se eliminan las malas hierbas. Las demás labores superficiales tienen por objeto mantener el suelo limpio de plantas adventicias.

La recogida debe iniciarse antes de que las semillas empiecen a destacar a través de la vaina. Si se cosecha antes de que las vainas lleguen a su máximo tamaño, se puede incluso conseguir más rendimiento, ya que al descargar la planta se estimula la floración y se producen más vainas por planta.

Los retrasos en la recolección resultan doblemente perjudiciales debido a que a la pérdida de valor comercial hay que añadir la pérdida de peso. Las reservas que la planta destina a engrosar las semillas se pierden para la formación de más flores y vainas.

La recolección no debe hacerse con rocío, ni durante las horas de más calor. Desde que salen las primeras flores hasta que se recolectan sus vainas transcurren entre 7 y 12 días, dependiendo de la época, el clima del lugar y la variedad.

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Fuente:

– Magrama. Manuel Llanos Company. Ingeniero Agronomo. 1998

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